En septiembre de 1868 estalló en Cádiz una revolución cuyo desarrollo y triunfo precipitó la caída de la monarquía de los borbones en España y condujo al establecimiento del primer sistema democrático de la historia española.
A lo largo del reinado de Isabel II (1833-1868) había ido consolidándose en España los principios liberales, al tiempo que la sociedad experimentaba una profunda transformación.
El desarrollo industrial, aunque su éxito se limitó a ciertos puntos de la zona septentrional española, impulsó el crecimiento económico y la aparición de nuevos grupos sociales como la burguesía urbana y el proletariado industrial.
La aplicación de los principios liberales habían generado profundos cambios sociales, al menos desde un punto de vista jurídico. La antigua sociedad estamental había dado paso a una nueva sociedad de clases. Sin embargo en la práctica las condiciones de vida de los sectores económicamente menos pudientes no solo no mejoraron, sino que en muchos casos empeoraron considerablemente. Empezó de este modo a gestarse en España un grave problema social que ha marcado la historia reciente de este país.
Los liberales moderados (conservadores) controlaron casi en exclusiva el poder político en España durante el reinado de Isabel II, en parte gracias al decidido apoyo que les prestó esta reina. El desplazamiento de estos del centro del poder terminó arrastrando consigo no sólo a la reina, sino también a la dinastía de los borbones, estrechamente vinculada con los sectores más conservadores del liberalismo, que obstaculizaban continuamente el avance y la modernización del país y excluían de la política a la práctica totalidad de la sociedad española.
Frente al régimen moderado se fue gestando un movimiento subversivo que terminó aglutinando a todas las fuerzas políticas y que terminó desembocando en un estallido revolucionario que provocó el destronamiento de Isabel II y la salida del poder de los moderados. Tras La Gloriosa, que es como fue denominada por los contemporáneos la revolución iniciada en Cádiz el 19 de septiembre de 1868, se abrió paso una nueva fase de la historia de España que es conocida por la historiografía como El Sexenio Democrático o Revolucionario que abarca desde 1868 hasta 1874.
Se trata este de un período de gran complejidad, a pesar de su brevedad temporal, plagado de numerosas e intensas convulsiones políticas:
En el plano social destaca la penetración y desarrollo de nuevas ideas políticas en España, amparadas por el sistema de libertades asociado al nuevo régimen democrático constitucional, que dieron un fuerte impulso al obrerismo, asociado a las nuevas tendencias anarquistas y comunistas.
En el plano económico hay que destacar la fuerte crisis heredada de los últimos años del régimen isabelino así como la falta de confianza en el sistema político y económico del Sexenio surgida entre los inversores, lo cual tuvo unos efectos nefactos sobre la economía, acentuándose la crisis y sus consecuencias.
En el plano político cabe destacar el estallido de la Guerra de los Diez Años de Cuba y la III guerra carlista, así como la el conflicto entre las tendencias federales y unitarias a la hora de concebir la organización de la República, que condujo a los conflictos cantonalistas. La situación de crisis generalizada dio lugar a la sucesión de diversos regímenes políticos (Regencia, monarquía de Amadeo I de Saboya y Primera República), todos ellos incapaces de solucionar la profunda crisis que atravesaba el país y de mantener el orden.
La incapacidad para controlar la situación terminó conduciendo a un temprano fracaso de la experiencia democrática. Los sectores liberales más conservadores retomaron a partir de 1874 el control político, apoyados en el ejército y en la instauración de un nuevo sistema político de carácter conservador vinculado a la restauración de la dinastía de los Borbones, personificada en Alfonso XII, hijo de Isabel II.
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