2.1. Causas y gestación de la revolución
El triunfo y consolidación del liberalismo durante el reinado de Isabel II (1833-1868) impulsó la modernización del país y el crecimiento económico. Sin embargo a partir de 1860 la expansión industrial y económica experimentó un frenazo. La crisis comenzó en el sector ferroviario, cuya falta de rentabilidad terminó hundiendo a las entidades que lo habían estado financiando, provocando a su vez la falta de crédito un fuerte retroceso industrial.
Hay que tener en cuenta que aunque España necesitaba una infraestructura básica que permitiera el desarrollo industrial, en un principio no hubo una gran demanda de transporte, ni por parte de la industria, debido a su modesto desarrollo, ni por parte de pasajeros. Además, el trazado de las primeras líneas férreas respondieron más a intereses políticos que económicos, ya que se trató ante todo de conectar Madrid con su periferia, reforzando así el control efectivo del territorio nacional por parte de la capital, más que de conectar las áreas industrialmente más dinámicas e impulsar de este modo su crecimiento.
A estos factores de orden interno que explican la situación de crisis económica hay que sumar otros de orden externo, como las nefastas consecuencias sobre el sector textil catalán que tuvo la Guerra de Secesión norteamericana, guerra que hizo disminuir la producción de algodón en Estados Unidos, lo cual provocó un aumento considerable del precio de la materia prima en los mercados internacionales.
Esta situación generalizada de crisis hizo aumentar los precios de los alimentos básicos. Los sectores más populares fueron los que sufrieron con más virulencia las consecuencias de la crisis. El hambre y la desesperación se extendieron entre la población a la vez que crecía la tensión y la conflictividad social.
El descontento se extendía entre la población y cualquier señal de protesta era duramente reprimida por las autoridades. Destaca en este sentido la represión de la protesta estudiantil de Madrid de abril de 1865, conocida como los sucesos de la Noche de san Daniel, y la del motín de los oficiales del cuartel de San Gil de junio de 1866, que terminó con el fusilamiento de todos los oficiales que habían participado en la rebelión.
El gobierno, monopolizado por los moderados, no mostró intención alguna de proceder con la reforma de un sistema que marginaba del juego político la práctica totalidad de la sociedad española. En 1866 el Partido Progresista, dirigido por e lgeneral Prim, y el Partido Demócrata, firmaron un acuerdo conocido como el Pacto de Ostende (Bélgica), planteándose como objetivos inmediatos destronar a los borbones y convocar unas cortes constituyentes mediante sufragio universal. A finales de 1866, después de la muerte de O’Donnell, leal a la reina, se sumaron al pacto los unionistas. Tras la suma de este partido, los moderados y la reina quedaron completamente aislados.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Publicar un comentario