Las izquierdas acordaron la sustitución de Alcalá Zamora en la presidencia de la República y Manuel Azaña fue elegido nuevo Jefe del Estado. Tres días más tarde Santiago Casares Quiroga formó un nuevo Gobierno. El triunfo de las izquierdas trajo consigo una intensa movilización popular que creó un clima de tensión social. En las ciudades se convocaron huelgas y se quemaron iglesias y conventos; en el campo, los jornaleros ocuparon tierras, algunos sindicatos radicalizaron sus posiciones. Frente a ellos partidos como PSOE y PCE, siguiendo las directrices de la Internacional Comunista, procuraron abandonar los objetivos revolucionarios para facilitar la alianza con la izquierda burguesa republicana y formar un frente común contra el fascismo.
En la derecha también se produjo una radicalización antidemocrática siendo José Calvo Sotelo su líder. La extrema derecha, formada por carlistas y falangistas, vio aumentar el número de sus afiliaciones. La encarcelación de José Antonio Primo de Rivera, por tenencia ilegal de armas, aumentó la crispación y la violencia callejera. Entre los sectores más conservadores empezó a tomar cuerpo la idea de que el golpe de estado militar era la única solución. Las dificultades fueron muchas, no tanto para organizar la sublevación militar, puesto que había suficientes apoyos entre los generales sino para poner de acuerdo a los apoyos civiles, porque cada sector de la derecha aspiraba a un modelo distinto de gobierno tras el golpe. Fue el común rechazo hacia el Frente Popular y hacia la revolución lo que unió a grupos tan dispares como la CEDA, que seguía siendo republicana, los monárquicos o los falangistas.
El golpe militar, se precipitó a raíz del asesinato, el 12 de julio, de un oficial de la Guardia de Asalto, el teniente Castillo, que fue respondido de madrugada con el secuestro y asesinato del líder del Bloque Nacional, José Calvo Sotelo. Este hecho acabó por decidir a Franco, clave en los planes de Mola, para participar en la sublevación.
Cuando el 17 de julio por la tarde se produjo la rebelión en Marruecos, el Gobierno permaneció inoperante, creyendo durante muchas horas que se trataba de un intento limitado y condenado al fracaso. Dos días después, la Guerra Civil era un hecho.
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