2. b. Exposición de la temática planteada en el texto.
El tema fundamental del texto es la afirmación platónica de la existencia
de las Ideas como objeto de verdadero conocimiento y el establecimiento del
modo adecuado para conocerlas; es en este segundo aspecto en el que se hace
alusión al papel que debe poseer el alma humana para captar adecuadamente la
verdadera realidad de las cosas: las Ideas.
En el fragmento que comentamos, Sócrates, portavoz del pensamiento
platónico a lo largo de todo el diálogo, recurre a una analogía entre el Sol y el
Bien con el objeto de delimitar su respectiva importancia en los dos ámbitos de la
realidad: el sensible y el inteligible. Así, del mismo modo que el Sol “ilumina” a
las cosas y a los ojos para favorecer la percepción sensible, el Bien “ilumina” a las
Ideas y al alma para favorecer la percepción intelectual, el verdadero y último
conocimiento.
Una vez establecida tal analogía, Sócrates hace alusión (indicando, de
paso, que ya se había tratado este tema con anterioridad) al carácter de las Ideas,
insistiendo en que son el fundamento de unidad que nos sirve para referirnos y
nombrar a las cosas sensibles que de ellas derivan (en el fragmento que
comentamos, Sócrates se sirve de las Ideas de Bien y de Belleza.)
Tras hacer un
inciso para reforzar la analogía entre el Sol ( “vástago del Bien” en el mundo
sensible, “al que el Bien ha engendrado análogo a sí mismo” ) y el Bien como
condición de posibilidad para conocer las Ideas, Sócrates aclara tan curiosa
comparación a sus interlocutores ( en realidad, a todos nosotros ) recurriendo a
otra analogía entre la capacidad de percibir correctamente los objetos sensibles a
través de los ojos y la capacidad de conocer la realidad inteligible que tiene
encomendada en alma ( que es como los “ojos de la inteligencia” ) si sabe mirar
en la dirección adecuada.
Puede advertirse, pues, que en este fragmento, Platón considera que la vida
y el conocimiento habitual de los hombres se desenvuelve en el mundo de las
apariencias sensibles, que son “copias” de las ideas y no son nunca la verdadera
realidad. Y ello era para Platón especialmente más preocupante por la nefasta
influencia de la concepción educativa de la sofística, que había ahondado aún más
la distancia entre la verdad y las apariencias, haciendo de estas últimas el objeto
de todo conocimiento. En efecto, la sofística había supuesto en Grecia la
destrucción de la tradición filosófica como búsqueda del saber y de la verdad: la
verdad se había diluido en la apariencia de las cosas y el saber queda reducido a
una mera pericia, es decir, a saber manejarse con éxito entre las apariencias
cambiantes y relativas de los seres. En este sentido, el pensamiento de Platón es el
intento de superar esta escisión y de hacer posible de nuevo la filosofía como
búsqueda de la sabiduría.
Con este fin, Platón se apoyó en la herencia de los primeros filósofos
griegos y también, por supuesto, en Sócrates. Su problema consiste en encontrar
algo permanente e inmutable que escape al carácter cambiante y múltiple de las
cosas sensibles; sólo de este modo podría asentarse un saber estable y duradero: la
ciencia (epistéme).
La respuesta la encuentra en que, si bien las cosas sensibles
nacen y mueren, cambian y se componen de múltiples partes, sólo la especie de la
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cosa es permanente y es una y la misma en todas las cosas de la misma especie. A
este elemento inmutable que está presente de algún modo en todas las cosas de la
misma especie lo llama Platón idea, que quiere decir “figura, lo visible”.
Naturalmente la idea no puede verse con los ojos del cuerpo, sino con los del
alma, con la inteligencia. De este modo, Platón entiende que, en otras palabras, la
idea es fija, permanente, inmutable. Por el contrario, la cosa deviene, cambia, es y
no es, en este momento es así, luego se transforma, para mí parece ésta, para ti
parece otra. Sobre esta oposición cosa- idea elabora Platón su concepción de la
realidad: la teoría de las ideas.
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